9.10.06

OYENDO (8-05-06). Joao Pessoa – Brasil


Junto a los cocoteros, en pleno invierno ecuatorial, a las 6 de la mañana, 24 grados y el sol presente, la gente pasea rápido, corre o monta en bicicleta aprovechando el frescor matutino. Mar verde de quentes aguas. Postal atlántica, mezcla de Castelldefels y Miami, sin gaviotas ni palomas siquiera. Algún gorrión reconocible y muchos ruidos o cantos o gorjeos extraños en los árboles. Los gorriones son más universales que palomas y gaviotas y pasan desapercibidos. Hay buitres sobrevolando la playa. El mito de las brasileñas refulge en la piel dorada y oscura: pasean, corren o montan en bicicleta discretamente uniformadas, homogéneamente dispuestas. Sus cuerpos de mediana edad son replicados. No hay atisbo de mulatas de imaginario ni tangas ni negritud en evidencia. El sol aprieta cada vez más y la arena es un bálsamo tras el asfalto. El agua es realmente caliente. Me pican los ojos con la sal del sudor y la sal marina. Volvería de nuevo a la cama.

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