30.10.08

La luz del eclipse.Graz


Vuelta a Graz después de dos años. El mismo río Mur y la ciudad consolidada en sus nuevos monumentos después de la capitalidad cultural de Europa. Aún parece que lo quieran seguir siendo para figurar en el llamado entorno global. Dignidad del afluente del Danubio, de aguas negras y perfectas calzadas para correr. Mañana fría pero despejada y el ritmo recuperado después de mucho tiempo. El otoño anunciándose por fin. El recorrido repetido (y recordado) hasta pasar el bar junto al primer campo. El ritmo concentrado aún siendo muy pronto. Algunos corren, la mayoría va en bicicleta. Muchos no tocan el manillar. Velocidad del bienestar. De repente la niebla, la niebla del río, la niebla de Ulm y la luz del eclipse, la luz de las campiñas del pintor inglés. El raro silencio y la soledad plena al fin. El corazón vuelto a los ritmos del esfuerzo y la concentración. Un raro espejismo y la vuelta, otra vez la niebla del río Mur, el bar en el inicio de los campos, la calle marcada por las bicicletas y el tráfico respetuoso. El retorno a la humedad del otoño.El retorno al centro de Europa.
Graz- 13.10.05

20.10.08

El idilio. Paxos-Antipaxos


Cuando llega el idilio, porque el idilio nunca se alcanza, simplemente llega, se sabe que es tan efímero, que pasa y al instante no te das cuenta sino después, a veces mucho después. Por eso es tan importante captarlo y decirlo (o escribirlo) y saborearlo en su débil duración. Como ocurre cuando su forma es alcanzable, y los kilómetros se suceden con total facilidad, que los minutos caen mientras el cuerpo está fuerte, despierto, poderoso. En Paxos las piernas y las lumbares continúan débiles ante el atracón de postal mediterránea, de verdadero recuerdo durrelliano, Próspero mediante, de pinos, cipreses, encinas y demás, del azul turquesa y de todas las obviedades turísticas y ante el primer viento fresco que canta el fin del verano y el inicio de la temporada real, del frío y de la luz escasa.
Las ovejas cruzan el camino hacia Gaios. Gallos y gallinas son parte inconmovible del paisaje privado de las casas, como los gatos, los olivos y las barcas en secano, dispuestas orgullosas en cada porche. Pocas cosas se construyen en el camino ondulado y polvoriento, de cuestas y descensos. Lo importante estaba fuera del camino y del esfuerzo. Y fue un austríaco y una sueca quienes lo vieron. Quedo para siempre agradecido, Gert y Anne-Marie.
Paxos-Antipaxos. Grecia. 25-09-05

10.10.08

La lentitud de los parques (en reconstrucción). Atenas


Le doy la vuelta a un título que siempre me había hecho gracia: La velocidad de los jardines. Lo tomo semiprestado porque aunque no he leído el libro siempre me ha hecho gracia. También podía haber dicho “Todos los parques, el parque” pero el otro me suena más en liza con las modas tituladoras. El parque de Pedion Areos representa una considerable extensión de terreno sin restos arqueológicos apreciables en pleno centro de la otra ciudad maratoniana, que es Atenas. Es un pastiche de diversos “ambientes” cercenado por unas obras que amenazan la eternidad. Lo que vi fue exactamente medio parque. Allí los espacios infantiles están lejos de la amplia pineda para defecaciones y corridas caninas, la entrada pretendidamente grandilocuente convive con sitios con cierto encanto y la plaza central es como una extensión de una pista de skaters por la cantidad de cemento invertida. Ese estilo soviético tuvo realmente momentos expansionistas. Así como el parque no tiene nada realmente especial, el paisanaje observado después de tres vueltas es la muestra de la diversidad tópica esperable. Los viejos de las nudosas manos matan pitos dobles observados por las viejas de negro sentadas bajo el olivo mientras los jóvenes intentan improbables acrobacias “parcour”. Un militar baja la basura del cuartel. El patriarca que habla por el móvil se cruza con los señores maduros que flirtean con otros señores maduros. Padres y madres vigilan en los cotos infantiles a sus hijos. Los albanos, rumanos, pakistaníes y bangladeshís hablan en sus bancos tranquilamente.o ven la tarde pasar. Entablo conversación con otro corredor que en un esforzado francés me indica un posible itinerario.Cuento un total de 4 personas corriendo, récord a la baja a las 18.00 en cualquier parque del mundo occidental. En el día de huelga general nacional, el parque es lo que siempre ha aspirado a ser, un remanso donde se cuela el tiempo. No he visto ninguna pareja en ningún banco haciendo lo que se espera con las hormonas revoltosas. No hay en el parque más emoción que la noche que caerá. Me pregunto como Tolstoi si la tranquilidad es una bajeza moral mientras vuelvo rendido, cautivo y desarmado hacia el hotel.

Albania desde las villas


Pronúnciese villas a la inglesa, la casi f al principio y la ll como la bella italiana con el acento cargado en una a más abierta. Subiendo y bajando sobre la ciudad de Kalami, el pueblo desde donde Lawrence Durrell se inventó la mítica corfuota, las villas eran el elemento fuerte del paisaje: olvidémonos de los cipreses, de los pinos y de los olivos entreverados con los lentiscos y las especies del sotobosque, olvidémonos del limpio aire y de las fragancias de la vegetación que eran bien ciertas. Desde las villas, pero también desde la costa o desde el camino sudoroso, las únicas vistas son las de la costa de Albania, el país más pobre de Europa.
Las gotas caen como plomo. No se oye ni la chicharra. Las piernas se endurecen y el ritmo se lentifica. Llega la carretera general a un grupo de casas. Ahora no son villas sino casas pequeñas, mal diseñadas y peor construidas. Grecia tiene las plantas mejor cuidadas del mundo que conozco. Estos jardineros caseros son expertos en ubicar cualquier tipo de recipiente para que crezca el verde en medio de la precariedad. Hay un aviso en un poste. Es una esquela prendida con grapas. El siguiente poste no tiene esquela sino muchísimas grapas, algunas oxidadas. Sigo corriendo cuesta abajo, la hinchazón de las piernas baja, los latidos se acompasan, siguen las lumbares fastidiadas. Llego a las playas desde donde partí, estiro y pienso que Durrell tuvo suerte. Mientras me como el reparador bocadillo de mortadela, un batallón de squads queda aparcado, casi mecido por las olas, a la sombra de una villa costera.

Corfú, 21-09-05