30.1.07

LOS TONIS

Baja Antonio, al que había visto correr hace un par de años, con el pájaro en la jaula envuelta en la tela de cuadros, el paso fuerte, un poco arqueadas las piernas y el centro de gravedad bajo. Se dirige hacia el lugar de reunión de los que se drogaban o se reían juntos y ahora lo siguen haciendo todavía. Comparten la calle y el lugar para escupir con otros más jóvenes y que ya dejan de serlo. Antonio fue siempre carne de bar. Nosotros lo conocimos porque quería jugar con nuestras bolas en las máquinas de millón y porque ya iba solo por ahí, desenvuelto y hablando por los codos. Antoni bajó justo detrás de él. Las gafas de pasta cuadrada, las zapatillas blancas J'Hayber. Parece que se dirige al centro donde han hecho castells o disparado con trabucos o quemado con petardos a sus convecinos y convecinas en las fiestas populares. Esto es, los diables. Antoni viene de su casa, muy cerca. A él no lo conocí cuando los bares de Antonio sino en las reuniones de las asociaciones, eso que llaman la trama de la sociedad civil. Antoni siempre ha vivido con sus padres, pero nunca sabrás de donde sale Antonio, que es padre doble o triple. No sé si él sabe realmente cuántos hijo tiene. Son elucubraciones mías. Aún y así y por más que me esfuerzo, no veo a Antoni corriendo. Tampoco me veía a Antonio.

22.1.07

¿Opiniones contundentes? Jardines del Buen Retiro. Madrid (18-01-07)


Del HOTEL DE LAS LETRAS al Retiro pasando por Cibeles y la Puerta de Alcalá. Paso delante de la calle de Barquillo (¿por qué tendrá ese nombre de galleta en la inmensa meseta?). Sigo los pasos de cualquier turista sin ganas de ver tiendas que es como seguir los pasos de un ciudadano de la capital cualquier tarde de hace no tantos años. Igual que el barrio de mi infancia era la cara de la pobreza, Madrid fue siempre para mí una imagen de postguerra. Invito al amigo Helios Prieto, ilustre psicoanalista, argentino, a darme dar una explicación. También Madrid es la ciudad galdosiana y la triste de Baroja. Madrides de ajo y un punto mugrientos, lejos de las estetizantes T4, las electrizantes nuevas olas y los barrios pujantes y los inmensos pasillos del poder real. Un Madrid olvidado que sigue en las películas de José Luis López Vázquez. Manolo Gómez Bur y toda esa pléyade: no están tan lejano uno de otro. Será por eso que Galdós no aparece en las citas que jalonan los espacios del super in Hotel en el que me alojo. Siempre vistió más Montaigne, Cortázar o Kafka.

El Retiro es un parque de magníficas condiciones para el corredor. Permite trayectos cortos y largos sobre tierra salvífica para las articulaciones, con sombra regular, y en el momento que lo hollé, seguro. Hay alguna cuesta utilizable, muchos corredores y escasas mujeres. Allí termino, ¡oh mis premaratonianas series¡, con un sentido de la disciplina asombroso. Don Benito estaría reportando el fluir melancólico de los jadeantes. No se lo creerán, pero el esfuerzo es un ejercicio de nostalgia, un seguro activador de los resortes de la evocación. Ahora Galdós estaría también dando vueltas, trazando mentalmente capítulos y Episodios, dejándose captar por alguna idea, repasando la estilizada figura de la otra. Un Reyno donde repasar el tremendo siglo XX y el ya cansado siglo XXI. Garbanzos por barritas de fibra.