24.3.07

Velar por el Locus Amoenus.Mallorca


El recurso horaciano es el tópico esperable en la primavera mediterránea. No obstante, es fantástico cuando se halla. Hete aquí que entre los olivos, las almendras y los frutales crece la hierba que comen los corderos mallorquines. Ellos balan cuando paso. Sus sonidos apagan algún ladrido lejano. El rumor de la carretera ya se ha amortiguado. Hace dos semanas que no corro y mientras me acomodo hasta sentir únicamente la respiración apoyada en mi ritmo, las nieblas matutinas se disipan. El poeta renacentista suspendía el tiempo entre sus huertos idílicos. Aquí, en el paisaje levemente domesticado, las liebres brincan por doquier. Jamás había visto tantas. ¿Cómo se llama el canto de las liebres? Inconu. Me estremezco y busco con presteza un terreno más sólido. Acabo en un arcén con nuevo asfalto de una carretera inmaculadamente negra.

18.3.07

Belén levantino. Vera. Almería



Sobre la carretera ya conocida, ya trotada, al lado de los coches, que eran reconocidos, porque antes habíamos pasado por allí y vimos sus caras iguales, en el inicio del verano, la vuelta a Vera es siempre crepuscular. Por el sol implacable que obliga a correr tarde, por el poniente que siempre encrespa el mar y sobre todo por la fantástica puesta de sol a mi izquierda. Oigo un ruido entre el matorral como el de una rata. No me sobresalto porque veo sobre la blanca tierra el lomo anaranjado de una liebre, el mismo color que la camiseta que un club portugués, Lebres do Sado.El Levante de Almería era en esa hora como el tapiz, el papel decorado que utilizábamos en la decoración del pesebre infantil: las palmeras, el cielo, las remedadas casas orientales de alguna urbanización lejana. Ahora la carretera tiene rotondas, vías de servicio, canales de aceleración, anchura de calidad y sobre todo lavados de coches en las gasolineras. Los veraneantes vamos a las playas y a los inmensos supermercados. Hasta parece como si corrieras en casa, pero los 30 grados a las nueve de la noche no son exactamente las mismas condiciones. Tampoco lo son las cayentes gotas grandes ni las recuperaciones lentas. En la menos melancólica de las tierras, me veo afectado por una singular arteria. Eso es cuando no llevo zapatillas. Con ellas, la memoria es otra, el cuerpo calienta fácil, claro, la velocidad de crucero se adquiere rápido y la sudoración deviene rítmica.

8.3.07

El linaje


El dolor puede ser algo disociado del resistir, que es la esencia del corredor: aguantar, fortalecer, aguantar, esperar sufriendo, agonizar. Se sufre cuando no se corre o no se tienen ganas o no se puede cumplir lo propuesto o se tiene la mente en otra parte, no vagando sino enfocada en algún problema que te absorbe al que no puedes darle la vuelta y que debes utilizar como la gasolina que te empuja y espolea. La vida va por otro sitio, como siempre, más importante que tu esfuerzo o tu resistencia. Y así ni la Barceloneta, ni la suave brisa, ni el azul intenso, ni la timidez perdida del sol de invierno, ni el ameno recorrido, ni el agua a disposición, ni los extensos tramos sobre tierra, ni el raro rastro de la Barcelona que fue y que hollas, ni los fulgores(¿) de la que viene, ni los niños jugando, ni la pareja amándose, ni la variedad de paisanos ni la ausencia de turistas ni los motivos publicitarios (el próximo atardecer, el grupo de jóvenes despreocupados, la partida de dómino, el anciano sin camiseta, el perro corriendo al borde del agua) ni absolutamente nada es capaz de sacarte el sufrimiento otro, lo que te reconcome y te roe. Pero sigues, aprietas y te cuesta más que nunca y rebuscas y encuentras algo que te ayuda a sufrir o a soportar el sufrimiento. Algo así como que no hay más remedio que seguir corriendo porque te dices que pase lo que pase nada ha de perturbar tu paso y porque pase lo que pase sólo así te encontrarás bien. Que no hay más remedio que admitir que el sufrimiento, el cansancio, la mente despejada, la relajación, el buen humor deben ser transpuestos a lo demás que te ocurre, esto es, a la puta vida y que esta tiene ahora un apéndice ancestral en forma de carreras, cansancios, exhibiciones y penosos tiempos y evoluciones.