22.2.10

Il sacco di carbone, 5 EURU. Gela, Sicilia




Cuando debería haber avanzado por el lunghomare sobre el mar siciliano, en Gela, el espectáculo deprimente del agua y las arenas sucias y de su acceso imposible, del correoso viento y del complejo petroquímico en acción, opto por volver sobre mis pasos y meterme en la ciudad a chafardear, a hacer de flanneur a ritmo levemente rápido. Oigo a lo lejos el sonido inconfundible del megáfono. Il sacco di carbone, 5 euru. Il sacco di carbone, 5 euru. Il sacco di carbone, 5 euru. Sacos de carbón de 25 kilos sobre un Fiat Panda industrial rojo y el megáfono atado con cinta americana. El saco de carbón es una nebulosa que sólo se ve desde el hemisferio sur y quien la describió por primera vez fue Americo Vespucio. Éste fue el primero en darse cuenta de que el continente no era Asia y que era necesario otro mar para llegar a ella. Yo renuncié a mi lunghomare porque no quería horizontes, quería gente tal que el otro vendedor ambulante, de nombre Salvo, el mismo que el de mi héroe Montalbano, que colgaba de su coche un rotulito con la palabra MALOSS, en la imitación de la "s" castellana que hacen los italianos. MALOSS, que es casi un anagrama de LOMAS, como sobre la que se plantaron los restos magníficos de la acrópolis aquellos griegos fundadores de colonias(ahora en la collinetta de Mulino a vento). Resguardada de este, justamente avisto la necrópolis petroquímica en el mismo encuadre, huelo el mismo mar, noto el mismo viento sin que me olvide que lo primero que vi al llegar a la ciudad fuera la foto de abajo.

5.2.10

Epifanías bruselenses


Una mujer que nació en Japón pero que es belga, Amélie Nothomb, y que por lo visto era muy lista, descubrió cuando tenía tres años que “courir était cette trouvaille fabuleuse qui rendait possibles toutes les evasions”. Ahí estaba yo haciéndole caso el domingo por las alturas barcelonesas, refocilado en mis tendones dizque renovados, oyendo con atención los greatest hits del gran Jacques Brel, otro belga pero no nacido en Japón. Johnny Hollyday, que es la traducción de Mike Rivers al francés, decía que Brel era lo más parecido a un rockero que había conocido: noctámbulo, bebedor, mujeriego, lleno de energía, de alegría y de pesar a partes iguales. Había retenido la imagen del Brel del “Ne me quite pas” y de las copias directas de Serrat o de Raphael (que no estaban tan lejos) pero descubro ahora, subiendo la cuesta, a una especie de rabelaisiano brumoso, herido de infancia, alegre, juguetón, claro. Brel es Bruxelles o Brussel, pero también es Londres, es París, es Berlín, cuando Europa era Europa sin necesidad de que nadie explicara lo que es y todo el mundo sabía lo que era y lo que quería.
Vuelvo al camino y pasea con su mujer el amigo del amigo que ya no está. Los dos tenían los pómulos altos, orgullosos y cortantes. Ahora sólo los tiene el amigo del amigo. Cuando yo era pequeño ya me daban miedo, aunque confié siempre en los dos. En todo caso ahora lo que dicen sus pómulos es que si ha de ser salvaje otra vez, lo será. De pequeño lo era.
El lunes y el martes estoy en Bruselas. Es la capital oficial de Europa. No busco a Brel, que es como una lejana sombra, sino que simplemente trabajo entre funcionarios, administradores, burócratas del “bien-etre”. No me cruzo tampoco con ningún amigo de ningún amigo ni me acuerdo de que el domingo anterior, durante un pequeño instante, sentí un “deja vu” premonitorio, una especie de epifanía francófona, en clave de montaña del Guinardó y del puente de Muhlberg. Dice la belga-japonesa-francófona que “courir était le verbe des bandits de gran chemin et des héros en general”. Y así me veo como ellos, bajando con el freno de mano puesto, admirando la lontananza, contento de mis pómulos belgas.