29.11.09

El corte de la Carretera de les Aigües


Siempre pensé que el paso del carrerista era equiparable al del paseante a la hora de mirar. Por eso pensaba que lo que decían en los congresos o lo que escribían los buenos iba a resultar en algo equiparable. Me toca pasear. Esto es, caminar sin rumbo fijo, sin necesidad de fijar el ritmo y dejándome llevar por la intuición de las zapatillas, siempre en busca de la tierra. Subo por las calles de la Mulassa hasta el Parc del Guinardó y en 10 minutos de una mañana de domingo no me encuentro a nadie. No es un paisaje metafísico como me ocurrió una vez lejana sino la constatación de la fealdad de la vegetación urbana en tiempos de sequía, raquítica, seca, rodeada de excrementos. El color del otoño es polvoriento como solo lo puede ser en Barcelona. La veo ante mí en el tramo que corona la rotonda donde dormita el conductor del autobús de barri. Me cruzo con hombres que eran de mediana edad cuando yo era joven. Ahora sus iniciales achaques les tienen fuera de los bares. El rincón sevillano, Delicias, El Lagarto de Jaén, Zaragoza, Paco 1, Las Cuatro Efes. Tomó el cortado en la terraza de Los Noveles. Ya no reparo en el nervioso clamor de los pájaros enjaulados mientras desayuno el periódico. Soy saludado cortésmente mientras los parroquianos hablan a voces. Por eso no oigo a los pájaros. Antes los oía en mañanas de esfuerzo. He visto en mi paseo recortada la Carretera de les Aigües sobre la sierra de Collserola. Conozco tan bien la curva al final de la ladera como el resto del camino. Me entran ganas de fumar.