29.11.08

Traspessoana. Bruselas

Cada vez que voy en el metro de Bruselas busco una frase de Pessoa que decora las paredes de una estación. Decía algo así como “Odio viajar, sólo el paseo vale” o “Yo no viajo, paseo indolente” o “Viajar es el fracaso, pasear es la vida”. Ninguna de ellas suena bien, mientras que en mi recuerdo, la de Pessoa era rotunda y clara. Tengo en casa la poesía completa del portugués y la de heterónomos pero no he tenido la constancia de rastrear en sus libros la frase. Queda desaparecida en la ciudad europea. A lo mejor ha desaparecido tras un nuevo mural o una intervención artística más acorde con los gustos actuales o ha sido grafiteada o se ha borrado por la mala calidad de la pintura. Puede también que la estación haya sido suprimida.

Ni encuentro la frase ni sé combinar el viaje y el paseo de esa manera brillante y reveladora. Dudo de mi recuerdo y la busco, ya fuera del metro, en los laterales de los muros, en las inscripciones de mármol del parque de Bruselas, en la Comisión, en el Consejo, en la OTAN y en la Catedral en que coronaron a Carlos y no hallo el más mínimo rastro. Me encierro en mi túnel a la espera de encontrar la frase que me deslumbró, que me alumbrara y que me alumbrará quizás.

20.11.08

¿Profecía autocumplida? Bremen


Quedan apenas tres horas para salir al ruedo de Bremem. Muy pocos grados, una lluvia molesta y la tempestad que acecha. Muy pocas ganas. Tengo delante un mapa de la ciudad y una página web que te ayuda con los recorridos que los colegas corredores de por aquí han tenido la paciencia de compartir.
Me veo saliendo con un trozo de mapa recortado que con guantes manejo con dificultad y me pongo como objetivo, cruzando el río, la estatua de los célebres músicos, una foto antigua de mi enciclopedia infantil. Paso por calles mojadas, sorteo vías de tranvías y veo las tiendas cerradas, tristes como el invierno europeo, mientras intento coger ritmo. Llego a la estatua, la rodeo antes de parar y me queda esa impresión triste y alegre de hacer real algo que te ha acompañado siempre metido en algún recodo de la memoria. Me pasó lo mismo con el Redentor de Río, quizás por la foto de la misma enciclopedia. A la vuelta, ya conozco las calles y puedo cobrar un ritmo adecuado. No subiré a la página web alemana un recorrido que no he hecho todavía. Quizás lo haga mañana cuando haya corrido de verdad.

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Tres horas más tarde:

La foto demuestra el autocumplimiento profético

8.11.08

El búho verde. Viena


Se puede correr (se corre) con escuadra y cartabón, controlando el tiempo, los kilómetros, las pisadas y los recorridos o no. No obstante, a veces hay espacio para la aventura urbana, el descubrimiento, la sorpresa, la angustia o la alegría. Poco te puede pasar en el fondo aparte de perderte y volver sobre tus pasos. Peor sería un accidente o un que un perro te muerda.
Después del ejercicio, recorrí la zona que hubiera tenido que recorrer naturalmente: el magnífico jardín inclinado delante del Belvedere con su rectángulo de casi un kilómetro de diámetro. Allí hombres y mujeres corren bien equipados (demasiado) mientras los turistas hacen sus fotos delante de las esfinges de cuerpo de león y caras como operadas. Mi destino era el Danubio y así lo busqué en línea recta directa desde donde me alojaba. Las sensaciones eran las mismas que en Graz pero esta vez el recorrido es netamente urbano Paso junto al mercado que demuestra que Austria no es Alemania y después por las calles que rodean la catedral de San Esteban. Allí aparece el gran río, el río de Magris que después encontré en Budapest y en Ulm y antes había visto en Rumanía. Emprendo el camino por una de sus márgenes desoladas. Nadie estaba allí, ni paseantes ni ciclistas ni corredores. Sólo los grandes barcos sobre la negra superficie.
Paso delante del Búho Verde (escrito así, en castellano), un bar típico de ríos y turistas (Traumhafte Stimmung, ideal zum Entspannen). Ellos me miran pasar pero después siento como si clavaran sus ojos detrás mío, como si me vigilaran porque no había respetado un sitio al que no me habían invitado. Aprensiones plomizas en la mañana desordenada. En el Belvedere miro la esfinge y dedico tres minutos a abismarme en los insondables misterios de la existencia hasta que el apetito me despierta. Hace mucho frío en la mañana imperial.

Viena.15-10-05