22.4.09

El churrero vocacional. Málaga-Bruselas



Volvemos al sur otra vez para mantener la memoria y también para intentar que quede fijada. Retengo la foto de familia que buscaba, sin blanco ni negro, llena del color de las tardes del sur. En aquella hubo nubes y un aguacero que limpió las calles, que las hizo más brillantes todavía que el parque de Málaga cuando lo riegan con meticulosidad cada mañana. Este es una ensenada de árboles con maneras de jardín botánico donde juegan los niños a subir al castillo de madera y sus padres les suben al burrito de metal y les hacen la foto como todas las familias de la ciudad han hecho los últimos 40 años. Allí encontré la foto sobreexpuesta a la luz.
“En secreto, escondo mis temores” y en público presento mis perplejidades ligeras.
Hoy he vuelto a otro parque, al de Bruselas, de rectángulos y triángulos masónicos, y lo veo por primera vez soleado y radiante, polvoriento casi. Siempre que vengo a la capital de Europa lo busco y esta vez he llegado a él par hasard. Volvimos a Málaga buscando al churrero de la esquina de la calle Merlo y él ya no estaba. Yo lo había visto, feliz con las jeringas y el aceite, los fines de semana después de su trabajo blue collar. No sabemos dónde fue pero sí que su vocación era bien firme, estirpe pura de Málaga.

13.4.09

VISTAS DESPEJADAS (2007-2009)

He recorrido parques a la tarde y a la mañana, puertos y playas, urbanizaciones y murallas, centros de ciudad y polígonos industriales. No me adentré por parajes inexplorados y si lo hice fue con aprensión y sin voluntad de ver, sólo huir. He visto la foto inversa de las industrias y los cementerios industriales olvidados simplemente unos años antes. He tenido la sensación de las mañanas extrañas en los países raros y la certidumbre de descubrir algo que, después de escrito, es solo recuerdo. Mero heroísmo urbano.

Han sido días de pequeñas exploraciones y pequeños descubrimientos. Correr es una posibilidad de experiencia estética: a pocos metros de donde estés siempre habrá un escenario móvil, con profundidad de caja y atrezzo natural y un presumible hallazgo visual o de otra índole. Correr es una palanca hacia otros tiempos de menos uniformidad natural, espacial y también mental. Necesitamos otros sitios, candidatos al desfile de lo bello y después al de lo manido aunque todo sea reconocible: las vacuas novedades y los restos de un pasado que empieza a ser lejano pero que sigue pesando lento, muerto, pobre y lo que es peor, equiparable.

Pero también hay veces en que el mundo es un pequeño lugar tranquilo, que sus restos son habitables, que hay gratitudes irremediables o que disfrutamos del regalo de la luz reparadora. El esfuerzo es un ejercicio de nostalgia, un seguro activador de los resortes de la evocación. Así, las mañanas son extrañas y son también estados de ánimos, unas veces errantes y otras veces fluyentes y las serenas o las muy serenas se apuran respirando fuerte. En la ciudad, con suerte, el sol pálido mece un leve viento o el pálido viento mece un leve sol.

Sólo quedan sensaciones sobreexpuestas. Los capítulos de gozo y de los momentos de nostalgia, del tanto tiempo perdido y del tanto tiempo aprendido. El cuerpo que se resiente. El recuerdo que se desvanece. La vida animal de la ciudad vista y oída. El renacer necesario. La corta vida de perro por gastar. Las geografías trastocadas en un mundo más corto aún.

Ha sido un ascensión a lo divino real. Todo ha sido rápido, extraño y amenazante.