28.8.07

Índalo cromo


Hay un tramo de tierra suficiente entre Garrucha y Mojácar que tiene a su lado el mar, la mar, bravío/a. A pesar del calor, la humedad, los coches a un lado, las desconcertantes partes urbanizadas (¿qué sentido tiene el césped en la estribación de un desierto?) y lo que es aún peor, las que están en proyecto de serlo, es muy agradable sentir el viento contra el sudor cuando el sol cae y algún pescador retira del mismo tramo su vehículo con suficiente cuidado para no interrumpir la marcha. Indicaré el recorrido para universal conocimiento.
No podemos salir de Puerto Rey, la urbanización pionera en la zona y perteneciente al municipio de Vera, que mostró como los que ya tenían dinero podían acudir a lugares alejados del mundanal ruido, verbigracia Madrid, acceder a una residencia de buena calidad, disponer de un puerto deportivo cercano y disfrutar tanto de los excelentes pescados y mariscos de la zona como de la compañía de sus buenas gentes sin ser molestados en exceso. No es ninguna novedad, porque de hecho sólo necesitaban dinero y buena vista. Creo que no previeron el crecimiento a la izquierda y hacia atrás de la urbanización, según se mira el mar, de todo lo que vino. El llamado modelo de turismo sostenible de Vera (y de los municipios y costas adyacentes) se ha basado en replicar industrialmente Puerto Rey aunque con alguna limitación. Es sabido que la gente con dinero, como la gente pobre, tiene un cierto horror a lo uniforme y así en Puerto Rey conviven diversos tipos de viviendas con calles sin acabar de asfaltar en un continuum de calidad pero algo informal, como casual. Allí florece un campo de tenis, allá un pitch & put y acullá los niños con sus polos desgastaditos montan en bicicleta. Por desgracia, ese sano sprit estético no ha sido recogido por los promotores de Puertas de Orientes, Lomas de Desiertos, Paz Marítima Mediterránea y nombres del estilo que han diseñado un tipo de vivienda unifamiliar asequible que se está multiplicando en tapices de piedra en función del número de hectáreas. Decía que no es recomendable empezar desde Puerto Rey porque tendríamos que correr un rato sobre arena y a veces las zapatillas se llenan y es desagradable, por eso lo mejor es empezar desde el carril para bicicletas que empieza en las Marismas de Vera, que es tanto una urbanización como un enclave natural que hace honor a su nombre para garantizar la parada y avistamiento ornitológico. Diríase que el estilo del kilometrito y medio marismeño es postropical andaluz: palmeras agrupadas en la arena a modo de macizos florales, chiringuitos sin asomo de fritanga y un paseo recogido, seguro y casi exclusivo para los habitantes de las dos urbanizaciones que empieza a coger una leve pátina, como todo lo genuinamente pijo.
Sin solución de continuidad pasamos a Garrucha, de puerto comercial, pesquero y deportivo, que es como tener tres amores a la vez y no estar loco. El paseo está lleno de paseantes e incitantes restaurantes y por lo tanto de obstáculos. Lo acabamos en menos tiempo de lo esperando admirando ora la Virgen del Carmen en mármol avistando la entrada de cualesquiera de las embarcaciones en sus triples usos ora la construcción setentera en primera línea de playa, cual Benidorms o Llorets con límite de edificación vertical. Entonces empieza el tramo de tierra al que aludía y sobre el que trotamos, salvo un pequeño trozo asfaltado, hasta bien entrado Mojácar. Si Vera es el laudable ejemplo de qué hacer cuando realmente sólo se tiene sol, playa y desierto, Mojácar es el ejemplo de lo que se debe hacer cuando se tiene un precioso pueblo blanco andaluz sobre el mar, playa y existe de manera indudable la querencia inglesa por los preciosos pueblos blancos andaluces. A la par que tematizamos el pueblo, esto es, ampliamos el número de calles con geranios, asignamos un referente simbólico, el Indalo y lo llenamos de comercios y bares, dejamos que la costa se ajuste a la necesidad del visitante anglosajón. Como en tantos otros sitios, empezaron con una hostelería low cost basada en lejanas reminiscencias hippies que ha evolucionado hacia formas más mesocráticas: aceras amplias con facilidades para personas con discapacidad y un cierto orden en las alturas y las proporciones que son el negativo de cualquier suburb inglés. Es la estética imperial en su versión mediterránea, esto es con campos de golf a pie de mar. Y por eso cuando corro por allí me vienen a la mente calles insustanciales de Manchester, Birmingham, Doncaster, Coventry o Cork. También de la metrópoli, del Londres de ladrillos rojos y de los paseos cercanos al Támesis. No me acuerdo de estos sitios nunca cuando estoy en el civilizado carril bici de las seguras Marismas y sí me acuerdo cuando tengo el batiente mar abierto a mi izquierda, sudoroso, pasando calor, sintiendo el viento y oliendo el salitre. Es posible que Mojácar haya sido más abierta a la influencia anglosajona - ahora ya no ponen tapas for free en sus bares para escándalo de la población local- mientras que en Vera se haya impuesto el orden hispánico pasado y actual. En ambos casos la piedra que generosamente dispende el desierto está llegando convertida al borde del mar y con ella la fiesta de la civilización veraniega.

Las periferias. Valencia




Antes de que se desvanezca el leve recuerdo, estamos obligados a dar cuenta, sobre todo oral, de aquellos sitios que nos impresionan o que pueden impresionar al desprevenido interlocutor. El río imponente sobre la ciudad imperial, la bahía esplendorosa, el camino entre los árboles majestuosos, el parque central preparado para la práctica corredora, los detalles locales intransferibles, el clima desusado en nuestra hora y latitud. El interlocutor es siempre un aborigen reconvertido en turista ávido de sensaciones rápidas inodoras e incoloras. Nosotros, los emisores de historias, somos en cambio conocedores indómitos del genius loci porque somos capaces de dejarnos caer del caballo paulista en cada itinerario. Es en ese momento cuando somos traspasados por las lanzas que nos abren a la aspiración máxima del hombre moderno: la pretendida huida del aburrimiento a través de la contemplación dinámica y activa de lo otro, mon semblable, mon frère. En esas trascendencias estamos cuando caemos en un hotel estándar de una cadena perfectamente estándar situado entre dos poblaciones de las antiguamente llamadas obreras. Es decir, un establecimiento entre cruces de caminos varios, polígonos industriales, ensoñaciones del pasado agrícola y normalmente ridículas ponderaciones de las bondades del sitio que lo acoge. Todas las grandes ciudades están rodeadas de estas poblacioness, legítimos aspirantes a la mediocridad reinante. Los barrios entran también en la definición. Es allí donde vive realmente la mayoría de la gente, esto es, los que votan y los que apuestan a los juegos de azar. Voilà que los 28 grados matutinos no impidieron la absurda resolución de salir y ver si habría un trecho transitable donde olvidar el dolor de la rodilla derecha o hacerlo más agudo. Y en verdad que allí estaba, más de un kilómetro de tierra con la mitad en sombra y sendas fuentes, una al inicio y otra al final. Un paraíso para el pringado que esto suscribe: un lugar donde correr sin mirar lo que ya conoces, la vida de extrarradio, el paseo del jubilado con perro, la suciedad y la extraordinaria calidez del sol de agosto, que vela por nosotros y nuestros inciertos caminos.