19.4.10

La lengua materna. Valenzuela. Córdoba



Bajo del Ave y dejo la maleta en el autobús de la Hureña que hace el trayecto Córdoba-Valenzuela como mi padre y mi abuelo hacían diariamente, mozos de cuerda en caminos y años polvorientos. Los pasajeros hablan la lengua de mi niñez, de mis padres y de los amigos que visitábamos en las barracas del Carmelo, en el negro Sabadell y en el salvaje Hospitalet, la lengua extraña y antigua que ya sólo oigo a mi abuela, la lengua materna con la que me dieron mi nombre: Juan José Pedregosa Sánchez. Río cuando lo veo escrito blanco sobre negro en letras capitales al día siguiente durante el paseo al pueblo: la casa de unos, la casa de otros, la iglesia, el antiguo cine, el cementerio, el calvario y los caminos que llevan lejos en el tiempo.

Repaso después las viejas fotos familiares y descubro cercano lo que antes era viejo. Encuentro una foto perdida: mi hermana sonriendo a cámara y mi hermano también riendo mientras que mi padre les mira feliz, los tres en el agua, en el río Burró. La foto es en color con los bordes redondeados y parece fuera de la época del resto, que son en blanco y negro. En el álbum se suceden las celebraciones y las caras sonrientes con la constancia de las ausencias: los que se fueron lejos o los que ya se fueron. Los que se quedaron, mi tío de ademanes tranquilos y mi tía de la voz clara, los suyos y los que vinieron después y que buscaron su futuro fuera son ahora las cuerdas que agarran la maleta en el viaje de vuelta. Vuelvo al Ave y miro la campiña cordobesa, líneas de olivos donde ha caído por la tarde agua de abril.