Maratón es una calle en medio de la llanura de la batalla. Una pequeña y fea nada en medio de una nada media. Dos bares, una iglesia, un estadio y una especie de museo es muy poco para una visita. Normalmente el peregrino busca reliquias, santuarios u otros peregrinos con los que compartir su viaje. Yo buscaba “kanatas”, las sencillas jarritas metálicas para servir el vino, pero ni eso. Nada. Claro que no fui a Maratón solo por quincallería. Mi romería era también un servicio postal atípico. Llevaba mensajes que no sabía a quién dar ni dónde depositar. La intención era dar sentido a mi propia ocurrencia. Pensé que en el “Demokreio Marathonos”, el ayuntamiento de la ciudad, me inspiraría pero lo único que encontré fue a perros haciendo la siesta. A la vuelta del camino vi entonces el muro. El muro de Maratón, el muro de la Maratón, el muro del sufrimiento máximo y del calvario laico y voluntario y allí dejé los mensajes, como hacen los judíos en su muro. No leí los Salmos como ellos pero hice las fotos. Mission accomplished.
Siempre se corre en círculo. Se sale de un punto para llegar al mismo sitio. En el interín, el sudor y el tiempo. Camino. Origen. Camino. Nunca se va a otra parte aunque los trayectos sean diferentes.