20.10.08

El idilio. Paxos-Antipaxos


Cuando llega el idilio, porque el idilio nunca se alcanza, simplemente llega, se sabe que es tan efímero, que pasa y al instante no te das cuenta sino después, a veces mucho después. Por eso es tan importante captarlo y decirlo (o escribirlo) y saborearlo en su débil duración. Como ocurre cuando su forma es alcanzable, y los kilómetros se suceden con total facilidad, que los minutos caen mientras el cuerpo está fuerte, despierto, poderoso. En Paxos las piernas y las lumbares continúan débiles ante el atracón de postal mediterránea, de verdadero recuerdo durrelliano, Próspero mediante, de pinos, cipreses, encinas y demás, del azul turquesa y de todas las obviedades turísticas y ante el primer viento fresco que canta el fin del verano y el inicio de la temporada real, del frío y de la luz escasa.
Las ovejas cruzan el camino hacia Gaios. Gallos y gallinas son parte inconmovible del paisaje privado de las casas, como los gatos, los olivos y las barcas en secano, dispuestas orgullosas en cada porche. Pocas cosas se construyen en el camino ondulado y polvoriento, de cuestas y descensos. Lo importante estaba fuera del camino y del esfuerzo. Y fue un austríaco y una sueca quienes lo vieron. Quedo para siempre agradecido, Gert y Anne-Marie.
Paxos-Antipaxos. Grecia. 25-09-05

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