18.1.08

Tur. Oslo

Sostiene Per que los padres enseñan a andar rápido a los niños en Noruega para que no pasen frío, cosa razonable aún en tiempos de cambio climático. Sostiene también Per que los domingos los noruegos se van en familia a andar largas tiradas y que después, rendidos, se entregan a una opípara comida. Su amigo y compañero Markus, que es por lo visto más urbanita, dice que lo de Per es una rareza y que eso, a lo que llaman Tur, no lo hace nadie. Yo, a lo mío, rapidín a lo sumo por el margen del río Akerselva, que es ahora un canal ancho, limpio y bravito, habitado por patos y jalonado con cataratas. Antes era un pozo de polución y la divisoria social de la ciudad. Pudiera parecer que lo que se me iba a quedar de esta ciudad era alguna de sus alegrías naturales: este río, el fiordo o las montañas que le rodean.

El parque de las estatuas o Parque de Vigeland es el único parque inquietante que conozco por causas metafísicas. Bajo una luz dickensiana atravesé sus rectilineos senderos, coetáneo el parque al arte de los soviets y de los fascios, vigilado por estatuas y estatuas a tamaño natural de hombres,mujeres y niños desnudos. Más hombres que mujeres y más hombres juntos que hombres y mujeres juntos. El final es el medio, el centro: escaleras en círculo sobre el que se erige un falo de cuerpos en contoneo espiritual. Las estatuas nos quieren interrogar o ilustrar sobre la condición humana. La risita inicial es después un gélido rictus. Es mejor salir de allí, caminar rápido, cansarse.

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