26.6.07

La Pineda del Priorat. Prior pide mar


Entre el repertorio de paisajes clásicos de Cataluña, los pueblos de mar reconvertidos en dormitorios/vomitorios de los turistas europeos y propios que aún no pueden pagarse el Caribe y las agrestes tierras, aún así fértiles y ricas para el más poderoso de los vinos, el corredor no ve más que los paisajes de cierta infancia y de cierta adolescencia. Los veranos compactos han sido tradicionalmente para el muy pobre o para el muy rico (y ahora para el muy profe, pero esa es otra historia). El primero por no tener adonde ir y el segundo por salir afuera, pero a casa propia. El sueño del primero no es otro que hacer lo del segundo, que en definitiva es muy parecido a lo que hace el primero pero sin "ferragosto" y con servicio. Es así como los primeros veranos transcurrieron, en casa, claro, en la ciudad, en el barrio, claro, y como los segundos veranos permitieron completar un cierto mapa de una Cataluña playística y de otra Cataluña rural. El paseo de Pineda de Mar, la escasa pineda de la que quedan tres piezas decorativas sobre algún camping, ha sido también con el sudor la carretera perdida del Priorat: a pesar del desnivel de contaminación general (y paisajística) de ambos lugares, los dos son itinerarios de un ayer que empieza a apuntar lejanías. Las señoras relajadas, el olor a colonia, los olivos centenarios, la cercanía de la piel quemada, la tierra roja, los hinojos y el grillo que no cesa, la suciedad de la arena, el duro pezón, el lecho del río. Ahora lo veo todo mezclado, entre alegre y cansado, pero hay veces que ni lo veo ni lo percibo. No me importa porque sé que es cuestión de estados de ánimo, de pulsiones adheridas.

Priorat-Pineda (abril-julio 2004)

No hay comentarios: