8.11.08

El búho verde. Viena


Se puede correr (se corre) con escuadra y cartabón, controlando el tiempo, los kilómetros, las pisadas y los recorridos o no. No obstante, a veces hay espacio para la aventura urbana, el descubrimiento, la sorpresa, la angustia o la alegría. Poco te puede pasar en el fondo aparte de perderte y volver sobre tus pasos. Peor sería un accidente o un que un perro te muerda.
Después del ejercicio, recorrí la zona que hubiera tenido que recorrer naturalmente: el magnífico jardín inclinado delante del Belvedere con su rectángulo de casi un kilómetro de diámetro. Allí hombres y mujeres corren bien equipados (demasiado) mientras los turistas hacen sus fotos delante de las esfinges de cuerpo de león y caras como operadas. Mi destino era el Danubio y así lo busqué en línea recta directa desde donde me alojaba. Las sensaciones eran las mismas que en Graz pero esta vez el recorrido es netamente urbano Paso junto al mercado que demuestra que Austria no es Alemania y después por las calles que rodean la catedral de San Esteban. Allí aparece el gran río, el río de Magris que después encontré en Budapest y en Ulm y antes había visto en Rumanía. Emprendo el camino por una de sus márgenes desoladas. Nadie estaba allí, ni paseantes ni ciclistas ni corredores. Sólo los grandes barcos sobre la negra superficie.
Paso delante del Búho Verde (escrito así, en castellano), un bar típico de ríos y turistas (Traumhafte Stimmung, ideal zum Entspannen). Ellos me miran pasar pero después siento como si clavaran sus ojos detrás mío, como si me vigilaran porque no había respetado un sitio al que no me habían invitado. Aprensiones plomizas en la mañana desordenada. En el Belvedere miro la esfinge y dedico tres minutos a abismarme en los insondables misterios de la existencia hasta que el apetito me despierta. Hace mucho frío en la mañana imperial.

Viena.15-10-05

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